martes, 26 de julio de 2011

Una historia española de espías del siglo XVIII

Hola amig@s:

Hace tiempo que uno se acaba cansando de leer historias de espionaje dónde los protagonistas suelen ser anglosajones o alemanes. Normalmente, son tramas centradas en la Segunda Guerra Mundial o en la inacabable Guerra Fría. Sin embargo, el papel de agente secreto ya existía desde tiempos inmemoriales. Con mayor o menor fortuna, hombres y mujeres colaboraron con sus respectivas coronas o repúblicas para conseguir información del enemigo. Este, también, ha sido el caso de los españoles. Los cuales hemos contado en nuestras filas con ingeniosos agentes secretos, que han obtenido importantes éxitos militares.

Hoy os voy a hablar de Jorge Juan y Santacilia y su infiltración en Inglaterra para espiar el desarrollo militar naval de los ingleses en la cercanía de la mediana del Dieciocho. Si quieres saber más pulsa en:

Jorge Juan. Fte. Wikipedia
Jorge Juan fue un alicantino, nacido en Novelda en 1713, muy vinculado con la Armada Real, primero bajo el monarca Felipe V y, más tarde, con Fernando VI. En su estancia en las compañías de guardias marinas, asentadas en el departamento naval de Cádiz, destacó como un matemático aplicado y con buenas habilidades para el dibujo y la cartografía lo que le valió el alias de Euclides.

Sus primeras acciones militares se produjeron en las escaramuzas contra la piratería berberisca que asolaba las costas españolas en el primer tercio del siglo XVIII, Siendo la expedición española a Orán de 1732 su bautizo en grandes operativos navales. Años después el marqués de Ensenada lo designó, junto a su compañero Antonio de Ulloa, para partir en expedición en la medición del meridiano terrestre en la misión hispano-francesa comandada por Godin.

Antonio de Ulloa. Fte. Wikipedia
La misión de Juan y de Ulloa tenía, además, otros fines. En la Corte española sabían que las instituciones españolas en América eran un hervidero de corruptelas que daban cobijo a más de un sinvergüenza y, además, las defensas militares de los puertos y ciudades, así como la preparación militar de las tropas en Ultramar, era escandalosamente pobre.

Así es como Juan inició su periplo como agente. La verdad es que con su misión en América fue de todo, menos "secreto". Los funcionarios coloniales acabaron de él y de Ulloa hasta la punta del tricornio. De hecho, las protestas elevadas a las Secretarías de Indias y Marina fueron más que habituales. Aunque, también es cierto, que poco o ningún caso se les hizo en la Península. Fruto de la comisión de los dos marinos se entregó un informe secreto al Secretario de Marina que, pasado los años, representó la publicación de su famosa obra Noticias Secretas de América (para leerlo en línea pulsa aquí). Pero vayamos a lo que nos ha traído aquí su espionake en Inglaterra.

Los ingleses habían descubierto la gallina de los huevos de oro a expensas del Imperio español. Podemos resumirlo con la máxima de que: era más barato y provechoso atracar al lechero y quitarle la leche que comprar la vaca, alimentarla, ordeñarla y almacenar su preciado líquido blanco. Para ello la Corona británica adiestró a una colección de piratas reconvertidos en sires y lores a golpe de espadazo simbólico de su Graciosa Majestad y se puso a mandarlos en sucesivos ataques al tráfico mercante de España con las Indias. Luego comprendió que también era muy provechoso poner su "pica en Flandes" que significó ocupar posesiones españolas para instalar sus propios emplazamientos coloniales en el preciado Caribe. Con ello se obtenía el goteo sin par del tráfico comercial del contrabando, más importante, si acaso, que el propio comercio legal.

No obstante, si hay que reconocer algo a los hijos de la Gran Bretaña es que entendieron de forma muy aguda la importancia de sus fuerzas navales. Y, no me vale, el argumento que dice "hombre claro como ellos son una isla sin armada no podían hacer nada". A esto le digo yo que, en el fondo, España es una isla, sólo que más grandota y, sin embargo, siempre vivimos de espaldas al mar. A lo que vamos. Inglaterra había cuidado sus fuerzas navales desde tiempos del mujeriego, y más que probablemente sifilítico, Enrique VIIII la Royal Navy se haría grande en el Seiscientos y se convirtió en el referente mundial en los años del siglo XVIII. La importancia de su flota no sólo descansaba en sus oficiales y en sus marinos, si no que se asentaba en una poderosa infraestructura de construcción naval y de abastecimiento de sus buques.

Ensenada. Fte. Wikipedia
Es sabido que el bueno de don Zenón Somodevilla, marqués de Ensenada, no podía ni ver a los ingleses. Algo que parece que era mutuo, si atendemos a los esfuerzos del embajador inglés Benjamin Keene, y a los partidarios españoles probritánicos, duque de Huéscar (futuro duque de Alba), José de Carvajal y Ricardo Wall, hicieron contra él hasta conseguir su sustitución al frente de las Secretarías en 1754. Esta animadversión no le suponía reconocer los méritos del vecino del norte así que ideó un gran plan de espionaje en tierras inglesas. Desde luego contó con sus dos marinos preferidos: Juan y Ulloa. Al segundo, que abandonamos ya en esta narración, lo envió por Europa a recabar información y, al primero, le encargó la difícil tarea de infiltrarse en las propias bases del enemigo.

Ricardo Wall. Fte. Wikipedia
La paz inestable que había quedado entre España e Inglaterra después del encadenamiento de la guerra de La Oreja de Jenkins o del Asiento, con el conflicto sucesorio de Austria en 1748 permitía ciertas relaciones de comercio y comunicación entre ambos países. esta era la oportunidad de nuestro agente secreto. En abril de 1749, Ricardo Wall pedía a Ensenada "un sujeto en esta ría y mucho más ganar algún oficial de la secretaría del Almirantazgo, pero para esto V.E. sabe bien lo que es preciso e indispensable" (Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 4277). Es decir, un espía y fondos para moverse por las instalaciones inglesas de construcción naval. Pero Juan ya había llegado a Inglaterra en marzo, y se movía como pez en el agua sin frecuentar la embajada para evitar que algún pajarito de ella diera un pío de más. Otra cosa era el tema del dinero que le obligaba a acercarse a la embajada para recibir los fondos que inyectaba el bueno de Ensenada desde la Corte en Madrid. Allí se entregaba también la mensajería cifrada que se conserva en los archivos españoles y que encontramos descifrada

Así, bajo la cobertura de un alegre estudiante de matemáticas, se hizo acompañar por dos jóvenes promesas de la Armada Real, el granadino Pedro de Mora y el futuro marqués del Socorro, José de Solano en actos sociales y académicos del floreciente Londres. Diferente era moverse por los arsenales ingleses, sobre los que las medidas de protección se habían aumentado considerablemente. Se creó una identidad falsa, Mr. Joshua y se alió con el padre Lynch, un borrachín cura católico, sí todavía los había en la Inglaterra anglicana de la época. Plantado en el río se infiltró en el personal del arsenal utilizando como pasarela un comerciante muy asiduo de aquellas instalaciones llamado Morgan y a Morris, un patrón mercante. 

Pasó un tiempo comprando y sobornando a constructores y técnicos ingleses. Así se hizo con muchos planos y descripciones técnicas de la construcción naval británica. Pero era sólo el primer paso. Untando, a diestra y siniestra, acabó convenciendo a los propios constructores de que siguieran el principio aquel de "vente pa España Pepe". La cosa marchaba bien hasta que un funcionario inglés, celoso de su empleo, de su Corona o no contento con su soborno correspondiente dio la alarma sobre una de las expediciones secretas de Juan. Se trataba del mercante Dorotea que iba cargado de maestros loneros para España. La cosa se calentó, porque los ingleses, después de los interrogatorios, comprendieron que había alguien que les estaba haciendo la cama en su propia casa. Y, eso sí, una cosa es hacerlo uno y, otra muy diferente, es que te la hagan a tí en tu propia casa. 

4º Duque de Berdford. Fte. Wikipedia
Juan tuvo que recoger velas y se cambió el nombre. Ahora adoptaría el de Mr. Sublevant, cuyo significado aparentaba un guiño a la desvergüenza con la que se estaba moviendo en casa del enemigo. Aparentó dedicarse  al florecinete oficio de librero lo que le permitía camuflar los manuales técnicos, los planos de construcción, y la documentación que le iban pasando los ingleses que olían los doblones españoles (otro día podemos hablar de porque no era sospechoso en ésta época que un inglés manejara dinero español en su tierra). Pero la operación comenzaba a tornarse peligrosa a más no poder, La razón inmediara era, desde luego, el aumento de control por las fuerzas inglesas dirigidas por el duque de Berdford, que había sido primer lord del Almirantazgo y en 1750 era Secretario de Estado para el Departamento del Sur, que entendía que alguien se le estaba riendo en su propia cara. Pero, desde luego, fue muy importante la decisión española de mandar a los técnicos y constructores navales con sus familias. Cada vez más, más gente estaba al tanto de los viajes encubiertos que se hacían. en los arsenales faltaban cada día un técnico, o dos o tres y aquello parecía que iba a más.

Por fin, una de las mujeres de los técnicos se fue de la lengua. No se sabe si por amor a su Rey, o por el mareo de la singladura a España que se le venía encima o por el miedo a que su marido encontrara otra Catalina de Aragón en tierras peninsulares. La cuestión es que Berdford despachó órdenes para detener a los implicados. Entre los sospechosos, los ingleses tenían claro, que el cura Lynch había estado haciendo algo más que despachar hostias consagradas, así que le tendieron una encerrona en su parroquia. Fue el primero en caer. Detrás le siguió Morgan y, entonces, Juan comprendió que no tardaría en seguirlos si no tomaba cartas en el asunto. "Mató" convenientemente a Mr. Sublevant y adoptó la identidad de un marinero mercante. En su saco de viaje guardó todos los manuales que pudo, para evitar ser descubierto y con toda tranquilidad, vamos lo de la "tranquilidad" es un decir, porque tenía a toda la Navy detrás de sus huesos, se dirigió al puerto a embarcar en una embarcación. Tuvo suerte. Allí estaba el Santa Ana, un mercante que comerciaba con pescado entre la costa cántabra de Santoña e Inglaterra. Le explicó al patrón su identidad y se escondió a bordo. Los ingleses registraban todos los buques, tanto españoles, como extranjeros. Sabían que el cerebro de la operación de espionaje se les escapaba de las manos.

Juan llegó a España y su misión había sido un éxito. Varias decenas de constructores navales como Bryant, Rooth o Mullan, o técnicos navales como Clark, Sayers y otros habían arribado a la Península. Le habían acompañado en diversas expediciones máquinas, ingenios, diseños y papeles que supondrían un salto cualitativo en nuestra Armada Real. El duque de Berdford no quedó muy contento y menos sus antiguos compañeros del Almirantazgo y tuvo que sortear graves problemas en su Secretaría de Estado.

Como veis nosotros también podemos contar historias de espías.


Para saber más:


LAFUENTE, A. y PESET, J.L., «Política científica y espionaje industrial en los viajes de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748-1751)». Melanges de la Casa de Velázquez, XVII (1981), pp. 233-262.

HELGUERA QUIJADA, J., “Antonio de Ulloa en la época del marqués de la Ensenada: del espionaje industrial al Canal de Castilla (1749-1754)”, II Centenario de Don Antonio de Ulloa , Sevilla, 1995, 197-218; y “Las misiones de espionaje industrial en la época del marqués de la Ensenada y su contribución al conocimiento de las nuevas técnicas metalúrgicas y artilleras, a mediados del siglo XVIII”,  Estudios sobre Historia de la Ciencia y de la Técnica..., Actas, Valladolid, 1988, tomo II.


   

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