jueves, 28 de julio de 2005

El Maestro de Jarcia

Hunn se sobresaltó, creía que apenas había pegado los ojos cuando el estrépito de los baldes de agua y las animadas conversaciones de sus convecinos de dormitorio lo despertaron. Se acercó a uno de los cubos de latón corroído por el tiempo y el uso y se refrescó la cara. Al hacerlo tuvo que reprimir un respingo al notar el agua helada en las manos y en el rostro pero, al final, lo agradeció como el mejor remedio para volver a renacer de nuevo. Con cuidado se contempló en un trozo de metálico que apenas reflejaba su imagen y quedó satisfecho de su aspecto de trasnochador. 

La herida de la mano no tenía mal aspecto aunque no vendría de más lavarla a conciencia con abundante jabón, extremo del que se ocupó con atención. Se terminó de vestir con la camisola burda de lino y los calzones robustos que todos los hiladores utilizaban en la manufactura. Como en un desfile todos los hiladores se encaminaron hacia la puerta del arsenal. Hunn se maravilló. ¿Cómo había cambiado el aspecto de aquellos hombres?. De parecer convalecientes de enfermedades raras y mortales ahora paseaban con ganas, discutiendo a grandes voces sobre cualquier nimiedad y al momento abrazándose sellando la amistad. Aquello era lo más lógico. Eran catalanes en la mayoría. Provenían de la misma Barcelona y de sus alrededores Sant Adrià del Besos, Horta, Gracia y del interior del Principado, de Cervera, de Urgell, de Balaguer, de Vic. En Cartagena se encontraban fuera de lugar. Muchos seguían hablando sólo en catalán y Hunn se había acostumbrado a oirlos mientras cantaban y contaban historias de su tierra. Casi sin darse cuenta se encontraban en el almacén de toneles y ordenadamente cada uno ocupó su lugar en las tablas donde ya se encontraban repartidos apropiadamente cuencos de barro con hogazas de pan negro, salteados de platos de madera con chorizos y queso. Las mujeres, dirigidas por doña Josefa, habían limpiado a conciencia la habitación y con maestría la habían decorado con lienzos baratos. Incluso parecía que el intenso olor de la fermentación de los vinos había disminuido o quizás todos se habían acabado acostumbrado a él.


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