Siguió la pista de su presa en la persona del maestro Montserrat. A veces, lo perseguía embozado para que no se fijara en él y, otras veces, mandaba a sus siempre fieles Andreu y Albert para que se encargaran de mantenerse pegados a él. Un día Hunn se decidió pasar a la acción. Conocía la predilección que tenía el maestro por una casa de mala reputación situada cerca de la playa de La Ribera, apenas era un caserón de dos plantas que daba con sus ventanales sobre la carrera de jarcia que la Compañía tenía allí dispuesta. Dos tinglados hechos con tablas de pino de Tortosa daban cobijo a las ruedas de hilar y los operarios que se afanaban en virarlas, provocando con su giro la torsión adecuada de las fibras de cáñamo para transformarlas en recia filástica.
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